DIALÉCTICA DOMÉSTICA - CUENTO DE MAYO


– ¿Por qué no puedes quedarte en tu madriguera y evitarnos estos problemas? – preguntó el gato, aún cansado de correr.
– Lo haría si tus humanos salieran más seguido de casa – respondió el ratón, recargado contra el tazón de leche – me aburro de estar encerrado, y la comida se acaba muy rápido.
– Pero, ¿es necesario dejar que te vean?
– Ya te pedí perdón – el roedor soltó una carcajada y agregó – no me vas a decir que no te diviertes, jugando al cazador y la presa.
El felino apoyó la cabeza sobre sus patas.
– Es realmente cansado.
El ratón rió aún más, palmeando el costado de su compañero.
– No me sorprende, con la panza que te cargas – y, de pronto tornándose serio, agregó – ustedes tienen suerte.
Esta vez fue el felino quien rió.
– ¿Suerte, dices? ¿No has visto lo que le hicieron al canario? – acercó su cara al ratón – Le han cortado las alas.
El pequeño roedor abrazó su cola.
– No es verdad.
– Lo es – el gato miró en dirección a las escaleras – lo tienen allá, arriba, en una patética jaula. Y el pobre canta todo el día, porque es lo único que le queda. ¡Y a los humanos les parece bello!
– Siempre me pregunté porqué no sigue aquí... – susurró el ratón – pero, ¿y tú? ¿y el perro? No les cortaron las alas a ustedes también, ¿o sí?
El gato rió de nuevo.
– No seas tonto. Supongo que podríamos huir, si quisiéramos.
– Y, ¿no quieren?
– Se han ganado al perro – respondió el gato entre sorbos de leche – ese pequeño ingenuo les es fiel, incondicionalmente. Me dijo el otro día que los humanos son muy crueles, pero también son vulnerables. Cree que puede protegerlos.
– ¿Crees que pueda?
– Tal vez. Creo que él ve algo en ellos que yo no.
Ambos se quedaron en silencio, y después el ratón susurró:
– ¿Por qué tú no te has ido?
Una vez más, el gato acercó la cara a su compañero.
– Por ti, ingenuo. ¿Quién más te va a cuidar si no estoy yo?
Dott.